Hoy se habla en casi todos los medios de comunicación de la vuelta a las aulas y de la problemática de la falta de respeto a los docentes. Sólo dos días desde el inicio del curso y ya hay noticias sobre agresiones a profesores.
No es nada nuevo. Cada año nos desayunamos el otoño con noticias similares. Agresiones verbales y físicas, insultos, vejaciones por parte de alumnos a sus docentes. Y lo que es peor, de los padres de los alumnos a esos docentes.
No, no es nada nuevo. Pero cada año que pasa es peor. Peor no porque las agresiones sean más graves, sino peor porque "simplemente" sigue pasando año tras año sin que nadie le ponga remedio o sepa cómo ponérselo.
Leo en el blog de Sunsi (Pensar de oficio) sus reflexiones sobre este problema. Docente y madre, Sunsi aborda hoy el tema de los padres y la educación. Mañana abordará el tema de los maestros y la enseñanza. Acertado y certero. A cada uno su parcela.
El caso es que hoy, además de esas noticias, he oido las palabras del Rey en la apertura del curso escolar, abogando por "reconocer, reforzar y prestigiar" la figura de los docentes como protagonistas indiscutibles de la enseñanza.
Y me ha llamado la atención esa palabra, prestigiar, en este contexto de la enseñanza:
prestigiar (1).
(Del lat. praestigiāre).
1. tr. ant. Hacer prestigios o juegos de manos.
prestigiar (2)
(De prestigio).
2. tr. Dar prestigio, autoridad o importancia.
La figura del maestro, el enseñante (no educador, aunque también) necesita prestigio, precisa de autoridad e importancia para poder llevar a cabo su labor profesional (enseñar, no educar, aunque también).
maestro,tra
(Del lat. magister, -tri).
3. m. y f. Persona que enseña una ciencia, arte u oficio.
El maestro - que es más que un enseñante - que, desde hace unos años ha tenido que ejercitar la tarea de la prestidigitación, si me permitís el juego de palabras, inventándose trucos y haciendo juegos de manos para lograr que sus alumnos aprendan. Esos alumnos que antaño escuchaban con respeto, más o menos distraidos, más o menos traviesos, pero con respeto, y hoy se atreven a responder una llamada de teléfono móvil en medio de clase o a bajarle los pantalones mientras escribe en la pizarra. No hablo de tirar bolitas de papel al profe, hablo de tirarle un silla a la cabeza.
El maestro que ha tenido que convertirse casi en un mago. Con su sombrero puntiagudo para taparse las orejas y no escuchar los insultos. Con su capa mágica para hacerse invisible y lograr evitar patadas y manotazos. Con su libro de embrujos para que los que quieren aprender, aprendan; para que los que no quieren aprender, aprendan; para que los que no quieren o no saben o no pueden educar, al menos dejen enseñar; para que el curso no acabe con una baja por depresión o estrés.
El prestidigitador precisa de prestigio. En Madrid creen que van a dárselo sacándose de la chistera la Ley de Autoridad del Profesor. Ley que convertirá al docente en una figura de autoridad pública. Pero sólo a los profes de la enseñanza pública, los de la privada o concertada que se maten como puedan. Ley que está muy bien, ya tuvo que aplicarse con los profesionales de la medicina. Pero que, a mi entender, lo único que va a conseguir es que ante una agresión, las penas sean más duras. Es una ley de consecuencias, no de causas, una ley que no trata ni resuelve el problema de fondo.
Y el tema de fondo es que ese prestigio deben darlo los educadores, los que tienen la obligación de educar. Es decir, los padres. Los padres, que tienen la ardua obligación de educar a sus hijos y que para ello no sólo han de elogiar y potenciar su autoestima, sino que además tienen la obligación de reñir, frustrar, castigar a sus hijos. No es tarea fácil en los tiempos que vivimos. Hay padres que lo están haciendo bien, muy bien. No tengo hijos pero tengo niños y padres a mi alrededor y veo que no es fácil. Que hay cansancio, que hay trabajo, que hay que ganarse el pan, que no hay tiempo... Pero no es una cuestión de cantidad de tiempo, sino de calidad de ese tiempo.
Es una cuestión de educación. Una cuestión para la reflexión.
8 comentarios:
Qué clara la entrada, vivimos en un mundo de irresponsabilidad absoluta, y los primeros que hemos renunciado a ser responsables de los hijos somos los padres.
Un saludo
Con este tema estoy muy sensibilizada ya que todas mis amigas y alguno de mis amigos son profesores, por lo que conozco de primera mano los problemas que tienen, los insultos e incluso amenazas de alguna vez reciben.
Creo que se necesita más responsabilidad de parte de los padres que son los que realmente deberían de educar.
Besitos
Magnífico y acertadísmo el post, Rocío. Pienso que hay dos problemas: la situación real por un lado, y la ceguera de los políticos que parecen vendernos que tenemos una educación magnífica.
Cuando ves la actitud de algunos jóvenes, sólo el silencio, que se puede cortar, habla de la impotencia, de la incomprensión de esos actos. Y te preguntas qué no fueron capaz de ver sus padres, y qué será lo que yo misma no voy a ser capaz de ver.
Aún así, lo importante es la esperanza en el porvenir; y también,la sencillez de ir dando un paso detrás de otro. La coluntad de estar, permanecer. Luego la vida dirá.
Un post muy sugerente.
Gracias, Rocío.
Yo soy de las que piensan que la educación viene de los padres. Si los padres no (se) respetan, los hijos menos...
Besicos
Educar es responsabilidad de los padres, enseñar a tener curiosidad de los profesores. Estoy pelín harta de tanta filosofía, tantas buenas palabras y pseudoiluminados de la pedagogía del absolutismo. A las cosas por su nombre. Estamos criando a criaturas con tolerancia cero a la frustración, con niveles de exigencia únicamente destinados al placer y al capricho. La responsabilidad es un término obsoleto... UFF! Me estoy poniendo catastrofista, mejor freno. Besos, Rocío.
Qué buen post, Rocío. Y además creo que realmente el profesor es lo más parecido al prestigitador. Ahora... o haces magia o no puedes dar clase. El resto ya lo sabes...
Un beso, princesa.
Me ha parecido perfecta la reflexión. Ojala la lea mucha gente.
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