viernes, 24 de septiembre de 2010

De nuevo, el laberinto


Lo echo de menos. Lo echo mucho de menos.

Sentarme delante de una página en blanco. Inspirar. Entornar los ojos. Fruncir el ceño. Apretar los labios. Señales para llamar a las musas....a la inspiración.. a los recuerdos... a los olvidos... a los sueños...a las vivencias..a los deseos..a los miedos... a las dudas... a las certezas.

Que todos vengan, que vengan todos danzando hasta posarse sobre el blanco, tiñéndolo de negro. Negro sobre blanco, explicando los vacíos. Blanco absorbiendo el negro, dándole sentido, dándome sentido.  

Que vuelvan todos - sueños, miedos, dudas, olvidos y deseos- al laberinto, que caminen sus veredas, que se pierdan en sus encrucijadas, que den la vuelta, que vuelvan a empezar y vuelvan a perderse. Y así hasta el infinito. Que no vuelvan a escaparse las palabras del laberinto.

Lo echo de menos. Lo echo mucho de menos.

lunes, 1 de febrero de 2010

Aire fresco (II)



Y el aire fresco llega… Y se lleva toda la mierda que emponzoña los pensamientos y el alma. A veces hace falta que alguien te abra los ojos y te ayude a aplicar un poco de sentido común, te empuje a pararte a pensar con lógica, te haga escuchar y no inventar, te reconduzca para no dejarse llevar por una imaginación desbordada que sólo conduce a la paranoia.



Y el aire fresco llega… Y devuelve la tranquilidad y las ganas de risa. A veces hace falta meter la pata y saber pedir perdón por el error, darte cuenta del absurdo de tus pensamientos, pensar en las cosas que realmente merecen la pena, en las personas que realmente merecen la pena, confiar.



Y el aire fresco llega… Y disipa los miedos y reinventa la luz. A veces basta con poner en una balanza las realidades, las verdades, las certezas, y reírte de la levedad de los absurdos que hace apenas unas horas pesaban toneladas.



Y el aire fresco llega… Sólo hace falta saber abrir la ventana. Y, sobre todo, aprender a no volver a cerrarla.

viernes, 29 de enero de 2010

Aire fresco


Esta mañana me desperté temprano. Algo extraño en mí, sobre todo después de una noche de duermevela continuado. E igual de extrañamente, mis pies decidieron sacarme de la cama.

Abrí la ventana, necesitada de un poco de aire fresco, aire que limpiara la pesadez de la habitación, la nicotina de mis pulmones y las sombras de mis malos sueños. Me sorprendió que aún fuera de noche. ¿A qué hora amanece en enero? Es una de esas cosas que desconocemos los que tenemos la fortuna de no tener que madrugar. Respiré el aire gélido de la mañana por unos escasos segundos. Los suficientes para saber que ya era suficiente.

Esos pies que esta mañana tenían vida propia me llevaron a la cocina donde aún humeaba el aroma del café recién hecho. Me inyecté mi dosis matutina de cafeína, mezclándola con el primer chute de nicotina del día, mientras pensaba en qué hacer aquellas casi dos horas que mis pies me habían regalado antes de ir a trabajar.

En ese momento un rayo de luz empezó a colarse por las rendijas de la persiana. Y no sé si por el café, la nicotina o el aire fresco, me vi de nuevo en marcha, vistiéndome aprisa, calzándome unas botas y abrigándome hasta la nariz, gorro de lana incluido. Agarré la cámara de fotos, mi maravilloso capricho recién adquirido, y me lancé a una calle que comenzaba a despertarse.

El frío se me coló hasta los tuétanos mientras disparaba sin parar esa máquina endiablada. Yo quería atrapar aquel sol que asomaba – tan soñoliento como yo – la nariz entre los árboles, o su reflejo en las veredas que acompañan al Tormes en su sucio y largo camino… Pero esta cámara no me entiende, hace lo que le da le viene en gana. Bueno, en realidad soy yo quien no la acabo de entender.

Mientras caminaba entre paisaje y paisaje, entre disparo y disparo, con los pies congelados y la mente inusitadamente clara para ser la hora que era (las aves nocturnas no despertamos de verdad hasta después del café de media mañana), iba pensando que por una vez mi almohada no había borrado del todo las sensaciones de ayer. Que por una vez no se había comido las dudas, las incertidumbres, los interrogantes sin respuesta. Que no se había tragado la certeza del absurdo. Que todo seguía ahí, que esta vez no había habido sueño reparador.

Y mientras me tomo el segundo café de este día que para mí apenas comienza y ya se me está antojando demasiado largo, me doy cuenta de que todo, todo lo que pensé y sentí ayer, sigue estando en mí.

Y me doy cuenta de que necesito aire fresco, quitarme de encima este aroma viciado y sucio que yo misma he creado y dejado que se me colara dentro, y que no me deja respirar sin que me duela el pecho.

Aire fresco. Abrir la ventana. Respirar. Respirar hasta que los pulmones duelan de frío y no de ausencia.