miércoles, 24 de junio de 2009

LOS ESCARABAJOS VUELAN AL ATARDECER


Cuando era niña, pongamos que hace unos 20 años, cada tarde, al salir del cole, mis pies hacían el mismo recorrido… Desde Raimundo de Borgoña hasta el centro de Salamanca, a la calle Peña Primera, donde se encontraba (y encuentra) la Biblioteca Sánchez Ruipérez. Era el lugar donde, a última hora de la tarde, mi abnegada madre hacía la última de las tres paradas de recogida escolar.

Era una biblioteca especial porque era mucho más que eso. La biblioteca Sánchez Ruipérez forma parte de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, existe desde el año 1981 y es una fundación sin fin de lucro que busca fomentar y desarrollar actividades culturales, sobre todo las relacionadas con la lectura. Tiene cuatro sedes: de la que os estoy hablando, en Salamanca, que es el “Centro Internacional del Libro Infantil y Juvenil”; dos en Peñaranda de Bracamonte: el “Centro de Desarrollo Sociocultural” y el “Centro Internacional de Tecnologías Avanzadas”; y la cuarta y última en Madrid, el “Centro de Investigación y debate”. Si queréis más información, podéis verla aquí .

Pero volvamos a la infancia… Al llegar a la biblioteca dejabas la mochila en la consigna de la entrada y te adentrabas en el increíble mundo de los cuentos, de los juegos, de los libros… La biblioteca era una sala enorme, con amplios espacios para sentarse a leer y a jugar los libros. Estaba dividida por zonas, diferenciadas por edades. Muy colorida, con un ambiente cálido que invitaba a que las palabras se colaran en tu mente, creando imágenes y soñando historias.
Recuerdo que cada niño tenía un cuaderno (que si no recuerdo mal, no podía sacarse de la biblioteca), donde teníamos que anotar el libro que habíamos leído, un pequeño resumen y una valoración. Así, no sólo leías, sino que también tenías que analizar, valorar, pensar…

Se hacían actividades relacionadas con los libros, como cuentacuentos o talleres de ilustración para un cuento determinado. Había unas monitoras (entonces las llamábamos así, no sé cómo las denominarán ahora) que estaban pendientes de los niños, te recomendaban libros, te ayudaban a elegir, y una cosa fundamental… te obligaban a usar el diccionario cuando leías y no entendías el significado de alguna palabra. Desde entonces tengo esa costumbre de tener siempre un diccionario cerca y si no conozco una palabra, no la dejo pasar…

De aquella época recuerdo sagas juveniles, sobre todo las de Enid Blyton, que eran para mí como Harry Potter para los niños de hoy… Buscaba todos los libros y los devoraba con ansia… Destacar la saga de “Los Cinco”, que corrían tantas aventuras y bebían cerveza de jengibre, o los “Siete secretos”. Me apasionaban tanto estos libros, que con 14 años me inventé mi propio grupito “Los seis misterios” (el cinco y el siete ya no estaban disponibles) y les escribí un librito de 100 páginas que se llamaba “Los seis misterios y las monedas robadas”. Cuando mi madre se enteró de que andaba en aquellas, lo mandó a un concurso de literatura infantil, pero me lo devolvieron tal y como fue enviado… era malo, muy malo!!!

También de Enid Blyton me gustaba la saga “Santa Clara” que trataba de unas mellizas, Pat e Isabel, que iban a un internado (el “Santa Clara”), que nada tiene que ver con el de Antena 3… Aquel era alegre, se hacían bromas, ¡yo quería ir a ese internado! También me recuerdo leyendo las aventuras de Celia, la saga de los Hollister de Jerry West…

Y recuerdo especialmente una autora que me parecía simplemente increíble, que me enganchaba con cada una de sus historias. Era una autora sueca, María Walter, pero que aquí conocemos como María Gripe. Entre sus libros (casi todos editados por Barco de Vapor, esa grandísima colección de libros infantiles y juveniles), destacan “Hugo y Josefina”, “La hija del espantapájaros” y “Los hijos del vidriero”. Pero sin duda de entre los libros de María Gripe me quedo con el que creo fue mi libro favorito de la adolescencia, y que he releído en múltiples ocasiones “Los escarabajos vuelan al atardecer”, del año 1983. Aún recuerdo la portada (al menos de la edición que yo tenía), un tablero de ajedrez con un alfil blanco, vencido, junto a un escarabajo negro. Trata de unos jóvenes a los que encargan regar las plantas de una vieja mansión durante un verano. Pero ese acto tan banal acaba convirtiéndose en una auténtica aventura, aderezada con una incompleta partida de ajedrez, una extraña planta y el escarabajo, que aparece en los momentos más álgidos. No sé cuántas veces leí aquel libro, entonces y años después.

Las visitas a aquella biblioteca se prolongaron durante años. Más tarde inauguraron una sala de estudio, en la primera planta, junto a la sala de préstamo (si no recuerdo mal), donde también se podían ver videos y escuchar música, e iba allí a estudiar por las tardes.

Sin duda, la Sánchez Ruipérez fue un lugar que me marcó para siempre, donde me enseñaron a leer y a disfrutar con un buen libro entre las manos, un lugar que me trae miles de recuerdos a la mente y una gran sonrisa a la cara.

10 comentarios:

Modestino dijo...

Que magnífico recorrido por los libros de la infancia; aunque mi nfancia se va bastante más lejos -¿pongamos 35 años?- yo también leía Los siete secretos, los 5, las colecciones de "misterio" y "aventura", los "Hollister", ... y aunque no leía Santa Clara, si que a escondidas le cogía a mi hermana alguno de la serie "Torres de Mallory"; y también recuerdo una serie de Hitchcock: "los tres investigadores".

Y por supuesto Stevenson, Walter Scott, Julio Verne, Salgari, Karl May...

María dijo...

Es verdad! Las Torres de Mallory, no lo recordaba!!. Julio Verne también me gustaba mucho. Teníamos en casa una colección de Verne, en comic, me encantaba. También el Príncipe Valiente, ¿lo recuerdas?

beatriz dijo...

Qué suerte habeis tenido los dos. Yo tuve muy serias dificultades con la lectura y estuve en multitud de especialistas hasta que decidieron dejarme que fuera evolucionando a mi ritmo. No empecé a apreciar la lectura hasta los 15 ó 16 años, pero una vez que llega, se queda para siempre y supongo que eso es lo importante.

María dijo...

Pues ya sabes Bea! A recuperar el tiempo "perdido". La verdad es que el que no disfruta leyendo, no sabe lo que se pierde. Y es algo que una vez llega, como bien dices, se queda para siempre. Da igual cuándo haya llegado. Besos

Suso dijo...

El que lee vive dos veces.

Fuera aparte de los que citas, y Modestino, también era interesante Daniel el Travieso, en una edición de tapas duras, de color encarnado, que eran una delicia.

Pero la Blyton,¡genial!

ana dijo...

Hay lugares que ya no tienen olvido, se recuerda de ellos hasta el olor, incluso se les podría poner un color... Las bibliotecas suelen ser uno de esos lugares.

El libro de mi infancia, el que leí muchas veces, unas tirada por el suelo y otras formalita sentada, no es muy conocido... KRISTY de Babbs Friis.

Aún lo conservo, viejito. Está aún.

Creo que en él se pueden encontrar los primeros pasos a lo que después elegi ser, o al menos lo pienso así. Pero en verdad, si me pongo a pensar, no sé exactamente cual fue esa primera motivación... aunque sí veo nítidamente lo que después me empujó a seguir.

Es un misterio la infancia, y más si está enganchada a unos libros.

Anónimo dijo...

No falla, todo blog interesante para leer esta escrito por un grn lector ¿casualidad?-
Gonzalo Viveiró

María dijo...

Muchas gracias por la calificación de interesante, Gonzalo.

Como dice Suso, el que lee vive dos veces... El que escribe puede vivir tantas!!!

sentimientos y locuras dijo...

Jo que recuerdos, yo también asistía de niño y me acuerdo de los cojines y yo leyendo como loco a Teo. La verdad que he leído poco aunque ahora me aficionado mas. Eso si todo relacionado con los toros. Je je

María dijo...

Jose!!! Qué alegría verte por aquí! Es verdad, aquellos libros de Teo, que simpático era aquel pelirrojillo... Un fuerte abrazo!