miércoles, 17 de junio de 2009

LA INSOPORTABLE GRAVEDAD DEL SER (MUJER)


El sonido del despertador del teléfono martillea mis tímpanos. Pero, ¿dónde demonios puse el móvil anoche? Cada mañana la misma pelea conmigo misma para despegarme de las sábanas… Por fin lo encuentro. Pulso el botón de “retrasar alarma”. Cinco minutos más, sólo cinco minutos más…

Cinco minutos que no dan más de sí que un giro en la cama. De nuevo el martilleo. Hoy no puedo hacerme la remolona, tengo entrevistas a primera hora de la mañana y no puedo llegar tarde y con marcas de la sábana en la cara. Enciendo la luz y busco a tientas las gafas. Mierda de miopía… Las encuentro. Veo.

Nada más posar los pies en el suelo soy consciente de que hoy va a ser uno de esos días en que no voy a soportarme ni a mí misma. Miro mis pies descalzos. “Tengo que pintarme las uñas”, pienso.

Me levanto como un zombie y abro la persiana. Hay niebla. “Puff, ya tengo el dolor de cabeza asegurado”. Cruzo la habitación arrastrando los pies. Evito mirarme al espejo, no tengo ganas de verme tan temprano. La esquina del armario se cruza en mi camino, chocando de manera dolorosa con el dedo pequeño de mi pie izquierdo. El impacto recorre mi cuerpo como un relámpago hasta llegar a mi dormido cerebro. Éste, al interpretar el relámpago como un dolor insoportable, decide arrastrar todo mi cuerpo hasta el suelo. Y allí me encuentro, tirada en el suelo apretándome el pie y jurando en arameo.

Lo único bueno del trastazo es que me ha despejado la mente. Lo malo es que aún estoy de peor humor que al posar los pies en el suelo. En la cocina descubro que no hay café hecho y no me da tiempo a preparar una cafetera, así que no me queda más remedio que prepararme un café granulado, que por mucho que sea Nescafé, no es lo mismo, no me despierta igual.

Mientras caliento la leche voy al salón a por el tabaco. Vuelvo a la cocina. Abro el microondas. No está del todo caliente. Vuelvo al salón a por el mechero. Vuelvo a la cocina. Abro el microondas. Ahora está cociendo. Añado leche fría. Añado el café. No añado azúcar porque no queda. Y de repente, sin ton ni son, añado unas silenciosas lágrimas.

“¿Y ahora a qué viene esto?” me pregunto a mí misma en voz alta. No lo entiendo. Vale, es un día gris como otro cualquiera, con un mal despertar como otro cualquiera. Sí, te has dado un golpe en el pie y te estás tomando un café asqueroso pero… ¿justifica eso las lágrimas?

Como vienen, se van y casi me olvido de ellas hasta que, después de meterme en la ducha, descubrir que no queda champú, salir de la ducha a buscar otro bote llenando de agua el suelo de baño, volver a la ducha, lavarme el pelo, hacerme un corte en la pierna con la hojilla de afeitar, salir de la ducha, ponerme el albornoz, secarme el pelo, darme crema hidratante en el cuerpo y antiarrugas-antiojeras-antideshidratación-maquillaje en la cara,… me enfrento al armario. La angustia se apodera de mí… “¡Dios mío! ¿Qué me pongo?”. Tras cambiarme tres veces de ropa, zapatos incluidos, porque no me gusta el modelito y una cuarta porque me he manchado la camisa con el maquillaje, corro (qué digo, vuelo!), hasta el espejo a pintarme los labios. Y en ese momento descubro que en ese escaso cuarto de hora transcurrido desde que me maquillé, en mi cara ha tenido lugar el curioso fenómeno del surgimiento de la nada de un estupendo grano en la mismísima punta de mi nariz. Me miro al espejo, desconcertada, que ya no tengo edad para granitos, joder... Observo un ligero movimiento de mi barbilla. Después un puchero infantil. Finalmente un llanto tan incontrolable como incomprensible.

Cuando ya no puedo llorar más y me doy cuenta de que estoy haciendo el gilipollas mirándome al espejo con los ojos rojos como tomates, dejo de llorar. Igualito, igualito que cuando a un niño en plena pataleta le distraes con un caramelo y el llanto cesa de manera tan súbita como comenzó. Pues así mismo. Me limpio dignamente los mocos de mi nariz coronada con un grano, me echo colirio en los ojos y los embadurno de maquillaje de nuevo. “Ale, a currar”

Y así, subida en mi tacón y divina de la muerte, tras dos ataques de llanto incomprensible, me monto en el coche. De camino al trabajo voy escuchando la radio y me parto de la risa con las bromas de los 40 Principales.

Cuando llego al trabajo, barrunto un “buenos días” al jardinero, le echo la bronca a la recepcionista por tardar en abrir la puerta, mando a paseo (educadamente, eso sí) a un comercial que me espera en recepción y me dejo caer en el sillón del despacho.

En ese momento decido analizar qué coño me pasa esta mañana. Recurriendo a la teoría de la inteligencia emocional, trato de identificar mis sentimientos. No estoy apenada, ni triste, ni confusa… sólo de mala leche y con ataques de llanto incontrolables. Por más que busco un motivo emocional, no lo encuentro. Cojo el calendario que hay sobre mi mesa… a ver si es que se me ha pasado por alto algún acontecimiento nefasto ocurrido en este día en años anteriores y mi inconsciente sí lo recuerda… 17 de Junio… No. Nada.

Y de repente… caigo en la cuenta. 1,2,3…11,12,13…19,20 y 21… Ahora sí que no sé si reír o llorar…

Sólo es el primero de “uno de esos días”.

12 comentarios:

Suso dijo...

¡Enhorabuena! (por si acaso)

De todas formas,fuera del ámbito doméstico, no se te notan las mañanas "torcidas".

Un consejo,que no has pedido. Si lo que puede ser, o no, es lo que pensamos algunos...ni llores, ni rías...sonríe:los extremos son muy malos.

beatriz dijo...

Pues imagina todo lo que has tenido que pasar tu para darte cuenta como los hombres lo pillen a la primera. En fin, ¡qué bonito es ser mujer!

Modestino dijo...

Que gran entrada¡¡¡¡. Me ha encantado.

María dijo...

Ser mujer es muy, muy bonito. Una auténtica pasada.

Pero tiene estas cosas raras que nos ocurren en nuestros adentros sin saber el motivo...

molinos dijo...

Yo por eso siempre digo que hubiera preferido ser tio..si hasta les parece igual el Nescafé que el café normal.

Lumroc dijo...

Joroba, Rocio, ... y yo que creía que mi mujer era 'única e irrepetible'.

Ánimo, que "eso" dura poco.

María dijo...

Pues no, Lumroc... lo siento, somos algunas más las que nos volvemos medio locas por las hormonas y casi sin darnos cuenta...

cucut dijo...

De todo lo que has contado, que me parece una descripción perfecta de una mañana cualquiera en la que decaes, lo que más me jode es que llores.
No te mereces darte éste disgusto , aunque a veces, llorar va bien.
No te conozco, pero te leo y en inumerables ocasiones me has parecido una chica increíble, fenomenal, agradable, simpática y en la foto una preciosidad.
Por todo ello, solo decirte que vales mucho y no te mereces llorar, eres estupenda, no bajes loa ánimos, lucha! Demuéstrate cada día que vales mucho, porque lo vales cielo y mucho. Eres un encanto.
Un saludo y hasta pronto. Te seguiré leyendo, escribes muy bien.

María dijo...

Hola cucut! Pero ¿qué haces despierto/a tan temprano???? Muchas gracias por pasar por aquí!!! En cuanto a las lágrimas... lo malo de estos días es que no se pueden controlar, es lo que tienen las hormonas. Un saludo!

Anónimo dijo...

La montaña rusa hormonal también os da esa estupenda imprevisibilidad de la que carecemos los hombres.

Salu2

ana dijo...

La verdad es increíble el influjo de las hormonas en los afectos que nos salen... y que resulten a veces tan contradicrtorias ante lo que se vive realmente.

Durante el primer trimestre de mi embarazo, me lo pasé llorando de esquina en esquina. Paradójicamente esta circunstancia ha sido y será la mejor noticia que he podido tener jamás. Y sin embargo... ahí estaba... llorando a cada cambio de esquina.

El segundo trimestre cambió. Me entro una alegría enorme. Esta si era acorde a lo sentido por mi alma... que permanecía alegre a cada paso. Por la nueva vida, a mi lado.

Anónimo dijo...

Creo que es la vez que mejor lo he visto explicado.
Gracias